martes, 9 de septiembre de 2014

a Julio Cortázar


Cortázar fue uno de los autores que me dejó el paso por el Cedart. En su momento, por ser deber, lo leí con poco entusiasmo y fue más tarde cuando retomando a los cronopios y famas, a algunos fragmentos de Rayuela (1963), la entrevista con Soler, que sencillamente me encontré seducido por todo lo que lo conforma su personalidad.


Cortázar es magia, independientemente de las valoraciones literarias, los críticos o los legos, él es el ejemplo de la realidad mágica. Su visión del mundo, impregnada de ritmo (así como su voz franco-argentina), impregnada de detalles y gestos que son comunes pero no ordinarios son lo que en cada ocasión me encanta cuando leo un texto suyo.
Tal vez, muy inspirado en sus estilos, mis textos siguen a veces esa tendencia, finalmente la facultad de sorprender y maravillar con lo ordinario a través de transmutarlo en algo insospechado es lo que me entusiasma.
Creo que para ilustrar un poco sobre Cortázar no basta un texto, habría muchos que compartir, pero opté por este, una melodía sensual, poética y de signos, un fragmento de su novela Rayuela (que desde hace años tengo en el librero pero aún no dispongo para leer). 


Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.




Café y pastel
A Cortázar hay que leerlo como se bebe café y pastel. Al café hay que beberlo mientras esté caliente pero no si te quema la boca, el pastel se come frío pero no congelado, es decir, al leer a Cortázar necesitas tener cierta temperatura, entendida como humor, algo intermedio entre los extremos de la vida. No lo consumes en cualquier momento o lugar, es un evento que se prepara, es un momento que requiere si sitio y situación para realizarlo. Cortázar es algo que se prepara, te dejas seducir, te dejas encontrar por sus palabras y lo disfrutas con paciencia, bocado a bocado, es un ritual que se desarrolla con cierta brevedad. Cortázar es como pastel y café, un momento que tiene lugar y tiempo definidos, no se le puede extender más de lo necesario, no se le puede extraer de sus condiciones de realización ni sus condiciones de preparación, un acto que se comparte o se realiza en privado con el mismo placer.

Para acompañar al texto, creo que viene bien la entrevista que tanto me gusta, algunas de sus percepciones y sentires verbalizados como sólo él podría, uno de los motivos que me hacen encantarme de su trabajo y de su estilo además de la modulación de su voz, prácticamente hipnótica.


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